Una mañana de primavera lluviosa y la verdad no muy fría, ya que era
a mediados de Marzo. Acompañe a un amigo hacer una gestión a un banco, el cual
estaba ubicado en un local grande y como todos bien emplazado, hacia esquina a
dos calles, la entrada al banco daba a la calle más concurrida de las dos, en
la mitad del lateral del local, entre la marquesina de cristal del local y el
borde de la acera con el asfalto de la calle, había un murete de
aproximadamente un metro cincuenta y de unos tres metros de largo. En lo que mi
amigo hacia la gestión en la caja, situada a la derecha del interior del local
yo me quede viendo a través de las marquesinas acristaladas como caía una fina
lluvia de las que te empapan hasta los huesos.
A través del cristal blindado del local vi algo que me dejo tocado
durante todo el día, entre el murete y el lateral del local, una persona
durmiendo, no se le veía el rostro ya que estaba girado hacia el murete y
completamente tapado con varias mantas, estaba sobre dos colchones, en su
cabecera dos cajas de cartón apiladas llenas no se dé que y un carro de un
supermercado lleno y no de comida, si no de bolsas de plástico aparentemente
con ropa, esos eran todos sus enseres y posesiones para pasar los días, lo que
me llamo la atención y a la vez me dio que pensar, era lo surrealista del
emplazamiento del murete que hacía de dormitorio para el indigente y la
instalación en el interior del banco donde la cajera en ese caso, trabajaba y
manejaba dinero, mientras cada vez que levantase la vista, viese a través de
unas lunas lo más seguro blindadas, a una persona sin un techo donde cobijarse
y quien sabe las veces que se llevaría algo al estomago, no quiero pensar ni
imaginar lo que a esa mujer, en su lugar de trabajo se la podía pasar por la
cabeza cada vez que levantase la cabeza después de contar billetes tras
billetes.
Mi amigo y yo salimos del banco comentando la situación y sin ganas
de volver a entrar a cualquier otro banco y no porque quizás en muchas
situaciones como la que vimos en esa mañana ellos fueran los culpables, aunque
en estos tiempos que corren sí que ellos podían solucionar el aumento de gente
que se queda sin techo.
Comentando lo que había visto en esa mañana tan desapacible de
primavera con un comerciante de la calle principal, me comento que el indigente
se le veía una persona no problemática, que por las mañanas se acercaba a una
cafetería enfrente de donde tenía su aposento y le permitían utilizar sus aseos
para sus necesidades y aseo personal y donde le ofrecían la bollería sobrante
de la mañana.
Espero que algún día no tengamos que ver, ni a través de marquesinas
con cristales blindados, ni en parques, ni en calles donde haya cobijos para
noches frías y desapacibles, a personas que aparte de serlo son seres humanos.
Rafael Huertas

