Todo ocurrió por los años cincuenta, lo que voy a contar
no sé si será el comienzo de una biografía o se quedara en escribir sobre
recuerdos añorados.
Todo comenzó un mes de agosto y según me contaron, muy
caluroso en Madrid. Mucho ha llovido desde entonces, como se suele decir en
estos casos rememorando tiempos pasados. Fue en un barrio céntrico de la
capital, naci en el mismo barrio que mis padres y con el privilegio por lo
menos para mí de haber nacido en casa de mi abuela, en la que entonces vivían
mis abuelos con mis padres y mis dos tíos hermanos de mi madre.
La casa era pequeña pero como ocurría por aquellos
entonces, las familias humildes se apañaban de tal manera para convivir todos
juntos en armonía, la casa estaba ubicada en un edificio de los que por
aquellos entonces y los pocos que quedan en la actualidad se llaman corralas,
este se encuentra en lo que antes era un callejón, actualmente abierto con
salida a otra calle.
El edificio consta de tres plantas y con viviendas en el
patio, el portal da acceso a una de las de dos escaleras que suben a los
corredores o pasillos, la otra escalera está cruzando el patio en una esquina
de este. El patio por aquel entonces estaba empedrado con un farol en el
centro, una pequeña fuente de las de pie para poder coger agua y en el hueco de
la escalera de la esquina, una piedra grande rectangular donde los vecinos en
su tiempo, la utilizaban para cortar leña para las cocinas que eran las que
había en aquella época, luego con el paso de los años los vecinos que se lo
podían permitir, fueron cambiando por las de gas o eléctricas.
Mis recuerdos más añorados sobre todo eran las mañanas de
los fines de semana, los olores a limpieza de la época por los pasillos, tanto
estos, como los de la ropa tendida en las cuerdas que daban colorido a los
pasillos, y todos con semejantes olores ya que en la misma calle al lado del
portal, había por entonces un local en el cual fabricaban jabones, recuerdo a
muchas de las vecinas como amenizaban sus tareas domesticas por las mañanas,
con todas las ventanas abiertas. Las mas desenvueltas, se atrevían a cantar
coplas por doña Concha Piquer, Estrellita Castro, etc., o por cualquiera de las
folclóricas de aquella época y animaban la corrala con un sin fin de coplas, la
verdad es que había algunas de ellas que se les daba bastante bien, la hora de
tender la ropa era muy respetada por algunas de las vecinas, ya que en aquella
época se lavaba a mano y se usaba lejía a veces, entonces entre ellas quedaban
para que a la hora de gotear la ropa tendida no hubiera ropa tendida debajo,
claro está a nosotros los muchachos, nuestras madres nos avisaban de no pasar
ni jugar en el patio debajo de la ropa tendida, como podréis imaginar las
advertencias se nos olvidaban nada más poner los pies en el patio.
Tanto en primavera como en verano, cuando desaparecía el
colorido de la ropa tendida, se fundía el patio en un festín de olores y
colores de las macetas con geranios, claveles y otra infinidad de plantas de
todos los colores colgadas de las barandillas de los pasillos, las vecinas de
la planta del patio sacaban al sol de debajo del techo de los pasillos de la
primera planta sus grandes macetas, con toda clase de plantas de todos los
colores, eran los días en que nosotros los muchachos teníamos mas advertencias
y no de nuestras madres, si no de las vecinas del patio, pelotazo a maceta rota
era bronca de alguna madre con la consiguiente vecina del patio, aunque nunca
llegaba la sangre al patio en este caso, si que llegaba algún cachetón o tirón
de orejas hacia nosotros. También recuerdo los trinos de los pájaros en sus
jaulas correspondientes colgados de las paredes de los pasillos, y como algunos
vecinos presumían de los cantos de sus mascotas y había alguno de ellos, que
como hobby tenia la crianza de canarios y jilgueros.
Uno de los recuerdos más añorados de los años vividos
allí, fue el día que nació mi hermana, por aquel entonces yo tenía cuatro años
y aunque parezca mentira lo recuerdo como si fuera ayer. Fue una mañana de
Abril, al igual que yo, mi hermana también nació en casa de la abuela, por la
mañana temprano me mandaron que bajase avisar a la hermana de la abuela, y que
me quedara en el patio jugando ya que mi madre se había puesto de parto, esta
vivía justo en la vivienda del patio que daba a la escalera de la esquina y la
que utilizábamos para subir a casa, al poco bajo la hermana de la abuela a
contarme que había venido ya la cigüeña y me había traído una hermanita, a lo
que yo le comente que no había visto a ninguna cigüeña subir por la escalera,
ella para salir del paso me dijo que había subido por la otra, la del portal. Con
recuerdos como ese te das cuenta de la inocencia que teníamos los niños de
aquella época.
Recuerdo también el sonido de los peldaños gastados de
madera al subir o bajar la escalera, unos con el crujir más fuerte que otros y
con sus bordes algunos de ellos, con el empiece gastados por el uso de ellos de
algunas generaciones, la barandilla era y digo era, porque no sé si al día de
hoy la abran cambiado, era de hierro forjado pintada en negro, balaustres
estrechos torneados, dos por peldaño y pasamanos estrecho con una piña de
decoración en el comienzo de cada barandilla de las dos escaleras, la
barandilla la cual utilizaban las personas mayores para ayuda, nosotros la
utilizábamos para deslizarnos a través de ella, arriesgándonos a la
consiguiente bronca de algún vecino y dependiendo de lo deprisa que bajases,
así acababas de rozaduras en las entrepiernas.
Episodios ocurridos en esa época de mi vida vividos
fueron muchos, imagino que como cualquier persona en su entorno de comunidad o
barrio de una ciudad, pero las corralas en aquella época o por lo menos en la
que yo nací tenían algo de especial y marcaron mucho en el Madrid de la época.
Mis añoranzas y parte de la historia de esta corrala y
sus vecinos, de la cual fui participe mientras que viví en ella, la continuare
escribiendo mientras disfrute haciéndolo.
Rafael Huertas