
¡Y los
muertos se revelaran contra la vida y harán de ella un suplicio!
Fue lo primero que escuche allí.
¡Nos veremos en el infierno amigo mío!
era mi voz
sin vida la que escuche saliendo desde mi interior cuando caminaba por la zona
vieja del campo santo, tumbas entreabiertas y lapidas resquebrajadas, arboles
con las ramas desabrigadas abriéndose camino entre los pasillos de las tumbas, intentando
arraigarse a algo que tuviera un presente de vida.
Me encontraba perdido sin tener nada sentido
para mí, de mi interior solo escuchaba…
¡Nos
veremos en el infierno amigo mío!
Caminaba
por el campo santo con la única compañía de la sombra de los cipreses, era como
si me guiaran hacia algún lugar, mi persona si es que era lo que caminaba, no
daba sombra ninguna, eso me contrarió. ¿O
Quizás me tendría que haber asustado?
¡Qué más
da, si nos veremos en el infierno!
Eche a correr como si alguien me persiguiera,
no tenía miedo.
¿Pero
porque huía y de qué?
Así lo
hice, en busca de la salida de aquel desolado cementerio. No encontré salida
ninguna. Las sombras de los cipreses seguían a mi lado, alargando mi figura por
encima de las lapidas, no sentía mi respiración, toque mi pecho con la mano
derecha buscando el ritmo de mis latidos.
¿Qué me está pasando?—grite preguntando con todas mis fuerzas, no se a
quien— ¡Ya no eres nadie, lo serás a partir de cuándo nos veamos en el
infierno, amigo! – Seguía escuchando desde mi interior esas voces que me
atormentaban desde que llegue a aquel lugar reino de la tristeza y la
desolación.
El cielo se empezó a cerrar y todo el cementerio
se cubrió de tonos grisáceos, la compañía de las sombras de los cipreses empezó
a difuminarse mientras, lentamente la oscuridad se adueñaba de todo el entorno.
De las
tumbas intactas se deslizaron las lapidas, de todas ellas surgieron llamas, en
el pasillo formado por las tumbas surgió una imagen oscura, encapuchada, de su
cara emanaba una mirada con unos ojos tan enrojecidos como el de las llamas que
surgían de las abiertas tumbas, entonces fue cuando empecé a entender lo que me
iba a ocurrir.
No sentí
ningún miedo, quise arrepentirme de algo pero no tenia de que, los recuerdos
los guarde bien profundos por si alguna vez pudiese llegar este momento. Entendí
que mi alma había estado vagando, pero me alegre de que ella no hubiera sufrido
mucho tiempo.
El lugar
de mi descanso quizás no fuese el deseado por mí, pero aquí me encuentro, y ya
no hay marcha atrás, caminé con paso firme hacia la imagen encapuchada y cuando
estuve a su altura y con una mirada fría le mire fijamente a sus ojos
enrojecidos y le dije… ¡YA NOS ESTAMOS VIENDO AMIGO, AQUÍ EN LAS PUERTAS DE TU
INFIERNO!
Rafael
huertas
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