Aquella
dama vestida de raso negro la madame del prostíbulo, la que negociaba el precio
de los servicios de las putas del prostíbulo, la que no solo me amanto a mi
sino que seguro puso su pecho en boca de otros hijos de prostitutas como yo,
para que nuestras madres no perdieran el ritmo de abrirse de piernas a
borrachos y desesperados de falta de ratos de placer. Era ella la traficante de
placeres para hombres y de las necesidades que repartía la vida a ciertas
mujeres.
Nunca
podre vomitar en mi vida lo suficiente para sacar de mis entrañas el sabor del
nutriente que recibí de la madame que vestía de raso negro, nunca te perdonare
como te aprovechabas de esas jóvenes necesitadas del calor de sus familias, con
el engaño de que tu serias quien las encaminaría hacia el futuro, un futuro
hasta que llegase algún tipo sin escrúpulos para hacerse dueño y amo de ella de
por vida, para negociar con ella con su cuerpo como el que vende una mercancía,
tú fuiste la culpable de despojar a unos seres humanos de la libertad, no hizo
falta cortarlas las alas para enjaularlas, en tu circo no se escuchaban risas,
no existía la magia, la pintura de los payasos estaba pagada con lagrimas, con
dolor, con vejaciones en todas sus multiplicidades y tú con tu vestido de raso
negro de taquillera en esa recepción, en ese circo no había globos ni haces de
luz alumbrando a los artistas, no había redoble de tambores si no música de un
viejo gramófono en el salón de cortinas rojas, un circo sin animales salvajes
domesticados, todo eran luces tenues, alcohol, así era tu circo en las noches
interminables sin pudor alguno, sin pases ni entradas para pasar a ver el
espectáculo.
El
espectáculo estaba en las mugrientas habitaciones, con sacudidas de golpeteos
de camas producidos por esos hambrientos minutos de placer de algunos clientes
desesperados, habitaciones sin rejas con la única libertad de verse unas madres
con sus hijos en un sótano, ese era nuestro mundo, a escondidas ver como tu
madre atravesaba un pasillo en penumbra y entraba a una habitación para
denigrase por un plato de comida y un techo, una vieja residencia de acogida
para mujeres solteras con hijos, regentado por aquella mujer vestida de raso
negro.
Así fue
donde pase mi corta vida de adolescencia, hasta que pude escapar del lugar,
camino del cementerio para enterrar a mi madre, un día la habitación donde
dormitaba la dama de raso negro fue pasto de las llamas y cuentan que su espíritu
merodea por el sótano de la residencia amamantando al diablo.
Rafael Huertas

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