sábado, 28 de septiembre de 2013

La dama de raso negro






 

Aquella dama vestida de raso negro la madame del prostíbulo, la que negociaba el precio de los servicios de las putas del prostíbulo, la que no solo me amanto a mi sino que seguro puso su pecho en boca de otros hijos de prostitutas como yo, para que nuestras madres no perdieran el ritmo de abrirse de piernas a borrachos y desesperados de falta de ratos de placer. Era ella la traficante de placeres para hombres y de las necesidades que repartía la vida a ciertas mujeres.

Nunca podre vomitar en mi vida lo suficiente para sacar de mis entrañas el sabor del nutriente que recibí de la madame que vestía de raso negro, nunca te perdonare como te aprovechabas de esas jóvenes necesitadas del calor de sus familias, con el engaño de que tu serias quien las encaminaría hacia el futuro, un futuro hasta que llegase algún tipo sin escrúpulos para hacerse dueño y amo de ella de por vida, para negociar con ella con su cuerpo como el que vende una mercancía, tú fuiste la culpable de despojar a unos seres humanos de la libertad, no hizo falta cortarlas las alas para enjaularlas, en tu circo no se escuchaban risas, no existía la magia, la pintura de los payasos estaba pagada con lagrimas, con dolor, con vejaciones en todas sus multiplicidades y tú con tu vestido de raso negro de taquillera en esa recepción, en ese circo no había globos ni haces de luz alumbrando a los artistas, no había redoble de tambores si no música de un viejo gramófono en el salón de cortinas rojas, un circo sin animales salvajes domesticados, todo eran luces tenues, alcohol, así era tu circo en las noches interminables sin pudor alguno, sin pases ni entradas para pasar a ver el espectáculo.

El espectáculo estaba en las mugrientas habitaciones, con sacudidas de golpeteos de camas producidos por esos hambrientos minutos de placer de algunos clientes desesperados, habitaciones sin rejas con la única libertad de verse unas madres con sus hijos en un sótano, ese era nuestro mundo, a escondidas ver como tu madre atravesaba un pasillo en penumbra y entraba a una habitación para denigrase por un plato de comida y un techo, una vieja residencia de acogida para mujeres solteras con hijos, regentado por aquella mujer vestida de raso negro.

Así fue donde pase mi corta vida de adolescencia, hasta que pude escapar del lugar, camino del cementerio para enterrar a mi madre, un día la habitación donde dormitaba la dama de raso negro fue pasto de las llamas y cuentan que su espíritu merodea por el sótano de la residencia amamantando al diablo.

 

Rafael Huertas

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