Sé que no me perdonaras por el adiós que no te di, pero las circunstancias
de la vida a veces son crueles con nuestros actos.
A mi llegada a la estación el ferrocarril que te llevo ya
había emprendido su marcha hacia el destino, solo pude ver el vacio que dejo en
las vías, me encontré solo con un solitario banco de madera en el andén, un
andén con solo unas vías y un reloj colgado de la pared de la estación sin
manecillas, imagine que era para que los viajeros nunca supieran el retraso de
su adiós, para algunos viajeros la espera les sería interminable con billetes
solo de ida algo gastados y amarillentos por el tiempo de espera, otros subirían
sin billete confundidos sin saber de su
destino sin nadie acompañándoles en la sala de espera de la estación.
Una sala de espera vacía, con ambiente gélido, sin
ventanillas de atención a los clientes e inundada en lagrimas, imagine a gente
en el andén secando sus lagrimas con pañuelos que no se podrían agitar en las
despedidas por el peso de la lagrimas en ellos depositadas, con ramos de flores
olvidados en algunos de sus bancos, unas paredes en las que se quedarían
grabadas frases como: “Nunca te
olvidaremos” “Siempre estarás en nuestros corazones”
Me senté cabizbajo en el banco del andén de la estación con
la mirada fija en las vías, sin miedo a que pudiera entrar en la estación mi
tren, vi en el brillo de las vías tu reflejo y me vinieron recuerdos grabados
que nunca olvidare. Solo espero que el día que tenga que subirme a mí tren, te
encuentre en el destino para poder pedirte perdón por no decirte adiós.
Rafael Huertas

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