Después de pasar varias horas en esa taberna y con mis venas a rebosar de alcohol, me entro la ansiedad de desprenderme de la macabra maldad que llevaba en mis adentros, me dirigí hacia los barrios indignos de la ciudad para buscar la que sería mi primera víctima de la noche. Mil pasajes de mi vida pasaron por mi cabeza, caminando por las calles de los barrios bajos, los que me venían a la cabeza eran de cuando mi padrastro me encerraba en aquel sótano lleno de ratas y humedades.
Mi niñez no fue como la de cualquier niño, mi padre abandono a mi madre antes de nacer yo, según me conto una tía lejana, la cual me atendió durante unos años de mi adolescencia. Mi madre al poco tiempo de casarse cayó en el inframundo del alcohol, con ello creo que me arrastro llevando en mis venas esa necesidad de ahogarlas en el. Mi custodia se la quitaron tantas veces, como recaía con su droga, mi recorrido por familias de acogida cada vez duraba menos ya que mi maldad empezó a fluir contra ellas y sobre todo con los animales de compañía con los que disfrutaba con su dolor y agonías. Pase también largas temporadas en correccionales, en los también desprendí en ellos lo que para mí era una pasión, el hacer daño por hacer, he sido siempre físicamente un chico normal, pero con el simple hecho de ver sangre brotar de mis victimas mi endemoniada mente hacia fortalecerme sin que hasta ahora ninguna de mis victimas, me hayan podido hacer frente.
Mis peores momentos hasta ahora de mi vida por llamarla de alguna manera, fue cuando mi madre conoció al que fue junto a ella mis primeras víctimas. Una vez que ella y él se bañaban en alcohol y era casi todos los días, mi lugar de castigo sin motivos algunos era el sótano de mi casa, lleno de humedades con olor agua corrompida y con la única luz de una pequeña ventana. Sus inquilinos unas cuantas ratas peludas, a las cuales no me costó mucho enseñarlas modales a mi manera, mis estancias en aquel sótano hicieron que aprendiese amputar miembros, disfrutaba ver como se arrastraban ante mi sin sus patas traseras, fue en esa época cuando empecé a ver mi oscuro futuro, cada despertar era un castigo que yo no había buscado, pero disfrutaba con ello.
Siempre he creído que mi adicción al alcohol la empecé a tener yendo en el vientre de mi madre y que ella tuvo la culpa de mi adicción al alcohol, o por lo menos es mi disculpa para intentar ahogar al demonio que llevo en mis adentros. Nunca se me pasa por la imaginación ni tan siquiera pedir perdón a las personas que maltrato a golpes, en algunas ocasiones hasta me siento un artista, esculpiendo una obra maestra macabra después de los hechos. O quizás sea mi castigo de por vida, por haber quemado vivos a mis dos carceleros del sótano cuando una noche dormían la borrachera… Aproveche que había por la habitación varias botellas tiradas por el suelo, encendiendo un cigarro y dejándolo encima de las sabanas, la policía creería que habría sido un descuido de dos borrachos empedernidos.
Entendía y sabía diferenciar entre el mal y el bien, pero la sensación que me entra viendo los rostros de mis victimas golpeados por mis manos, escuchar sus lamentos al ser acuchillados, escuchar como la respiración se funde en un silencio, como las ultimas notas de un concierto al ser estrangulados, quizás el hecho de tener en mis manos el poder de la vida sobre ellos, es lo que me hace disfrutar.
Nunca me llegaron a detener por asesinato y hubo unos cuantos, quizás la maldad que me acompañaba, hacia de mi un ser con suerte, en más de una ocasión se me paso por la cabeza el entregarme, pero siempre tenía una botella cerca que me hacia recapacitar por la situación y se me esfumaba de la cabeza…
Mi maldad mi fiel compañera
Capítulo II
Ya en los adentros de uno de los barrios más pobres de la cuidad caminado por sus estrechas y oscuras calles mi necesidad de maldad iba a cada paso en aumento, era una sensación fría que recorría mis venas, las únicas almas que me acompañaban con vida eran algunos murciélagos que esquivaban las esquinas de las casas viejas a la altura de los tejados.
Decidí volver a la taberna a calentar mis venas con mi otra ansiada compañera que era la bebida, en la esquina de la calle donde se encontraba la taberna y a la luz tenue de una vieja farola apoyada sobre ella, una mujer, por su postura y vestimenta debía ser una mujer de las que llaman de la calle, para mi desde que tuve mi primera experiencia sexual, una puta. Me acerque a ella…
-Buenas noches ¿te puedo invitar a un trago?
Echándome una mirada desafiante de arriba abajo, me contesto…
-Por supuesto que sí, pero no pienses que con una trago vas a pagar mis servicios si es que estas necesitado de ellos.
Creo que será una noche excitante, en mis adentros se revolucionaban los sentimientos de maldad, tenía que aguantar y sostener mis impulsos macabros, notaba como mis ojos tenían necesidad de ser salpicados por gotas de sangre. Entramos a la taberna, nos sentamos en un rincón, el ambiente olía alcohol sin destilar, dos hombres apoyados en la barra sin tener casi fuerzas para mantenerse en pie, en otro rincón una puta y un hombre haciendo trato sobre los servicios de ella, y nosotros. Con el primer trago se me calmo algo la ansiedad de alcohol que tenían mis venas. Mientras conversaba con ella en mi imaginación ya veía el rostro de ella ante las puertas de la muerte, solo pensar en ello me excitaba más que lo que me pudiera dar en el momento de tener sexo con ella. Sin poner atención a su conversación la dije que estaba de acuerdo en el precio, imaginarme la pintura que llevaba en su rostro disolviéndose con las caídas de sus lágrimas, ante el dolor de mi cruel maldad, no tenia precio. No dejo desde que la vi en la esquina, de dejar de mirarme con una mirada desafiante, eso excitaba más a mi perversidad interior. No tendría más de cuarenta años, su físico era en lo que menos me fije, en el interior de mi personalidad miserable lo único que la apetecía con sus víctimas era sentir el desgarramiento de los músculos al recibir el maltrato, percibir ese sentimiento de dolor creado por mi tortura.
Tras casi acabada la segunda botella deje unos billetes en la mesa donde nos encontrábamos al salir, me dirigí al tabernero.
-Quédese con el cambio tabernero.
Nos dirigimos a un hotel de mala muerte, lo que no se si era donde ella vivía o su lugar de trabajo tras embelesar a sus víctimas sexuales. Estaba a pocas manzanas de la taberna, era un edificio con un luminoso el cual anunciaba el alquiler de habitaciones, era el encargado de alumbrar casi toda la calle con su apagar y encendido para llamar la atención del negocio, la luz que desprendían las farolas era tan tenue que no hacían ni sombra de ellas.
En la recepción no se encontraba nadie, nos dirigimos al ascensor, ella metió la mano en el interior de su bolso para ir buscando las llaves de la habitación, ya dentro del ascensor con la mano desocupada me echo mano a la bragueta del pantalón con nada de suavidad, intentándome hacer ver que su ansiedad de ganas de tener sexo eran reales, eso hizo que mi instinto malvado se la retirase, retorciéndola la muñeca creando en ella el primer síntoma de dolor, para mi gozo de saciedad que llevaba aguantando durante toda la noche.
Me invito a tomar un trago, mientras ella entraba al baño a cambiarse y ponerse algo más cómodo que el vestido ceñido que llevaba puesto, la botella era de aguardiente puro. Antes de saborear el segundo trago a la botella salió del baño. Esa estampa de ella saliendo del baño medio tambaleándose y diciendo…
-Tú te puedes acabar esa botella, yo me encargo de esta que me he encontrado al pie de la bañera
-Mis recuerdos de infancia, hicieron como si el espíritu de madre hubiera salido de ese baño, note como mis venas se hinchaban, en mi interior escuchaba los gritos de mi maldad dando golpes en mi cabeza para poder salir, era como en las demás ocasiones que tenía una víctima pero esta era especial, quizás fuese porque me recordaba a esa mujer que me dejo nacer, la cual fue la culpable de hacer de mi esta persona endemoniada con el único sentimiento en mi persona de la crueldad, de hacer sufrir a mis semejantes, de arrastrar durante toda mi vida unas muertes no merecidas…
Mi maldad mi fiel compañera
Capítulo III
Enganche de nuevo mi botella, la volqué hacia mi boca para que cayera en mi garganta el último trago que quedaba. Estaba sentado en un sillón orejero de piel de color marrón, el cual estaba colocado enfrente de la cama de la habitación, en la cual los únicos muebles eran el sillón y una mesilla en el lado derecho de la cama, un pequeño armario empotrado con unas de las puertas descolgadas y el baño, las paredes empapeladas con un papel de rayas verticales con color rojo de fondo.
Con ese último trago calme la ira que me envolvía al verla salir del baño y ver en mi imaginación la silueta de mi madre. A lo que ella llamaba comodidad en la vestimenta era un conjunto de bragas, sujetador de color rojo pasión y medias negras. Su mirada era la típica de una puta haciendo bien el papel de lo que era, lo que no sabía ella es que, para mis ojos eran verla como una víctima más para mi deshago macabro.
Mientras se acercaba a mí contoneándose era más la ira que me entraba, mi odio interior hacia mí mismo, hizo que me replantease si dejarla vivir o simplemente maltratarla, en pocas ocasiones me había ocurrido con mis victimas, quizás fue su mirada desafiante desde que nos vimos lo que me hizo recapacitar. Se arrodillo ante mí, me abrió las piernas con fuerza, eso hizo que mi demonio interior despertara del letargo, la cogí por atrás su larga melena y como si fueran las crines de una yegua, la levante a la vez que lo hacía yo del sillón, empezó a quejarse por mi brusquedad, eso hacía en mi, sentir el placer de escuchar a mis victimas clemencia, una vez los dos en pie ella intento golpearme sin soltar su larga melena rubia, su mirada seguía desafiante eso hacía que disfrutase mas con su dolor, su mirada era penetrante y no podía permitir que me amedrantara, la tumbe en la cama con brusquedad, después de abofetearla varias veces, cogí la botella vacía la golpee contra la mesilla, mientras ella me pedía clemencia, con el trozo que quedo en mi mano la rasgue parte de su mejilla derecha, la sangre caliente la empezó a brotar de su cara, para el demonio que llevaba en mis adentros, era como parte del pago de la encrucijada que la tocaba vivir antes de entrar en los umbrales de la muerte, tenía que quitar de su semblante esa mirada desafiante hacia mí de alguna manera antes de saciar mi instinto criminal, por momentos ella se fue desfalleciendo hasta quedar inconsciente, una víctima en ese estado no tenía ningún aliciente para mi saciedad maquiavélica.
De camino viniendo al hotel vi la estructura de un edificio en obras abandonado, sin paredes levantadas en fachada e interior, aunque al entrar al hotel nadie nos vio, en la taberna si podían recordar nuestra presencia y aunque hasta ahora mi barbarie se había aliado con mi suerte y me habían acompañado, no podía arriesgarme.
Una vez recuperada del desfallecimiento, junte sus manos y se las ate con el cordel de una de las cortinas, y tape sus ojos con un pañuelo suyo que cogí del armario, de la herida causada por el trozo de botella seguía brotándola sangre, vi como le había rajado parte de la comisura de su boca con lo cual apenas podía terciar palabra, aunque sus fuerzas estaban débiles y sin más indumentaria que la que llevaba al salir del baño, le puse el abrigo, salí con ella del hotel sin que nadie nos viera y con paso lento nos dirigimos al edificio abandonado. Con algo de dificultad por el estado en que se encontraba la puta nos adentramos en él, subimos hasta la octava planta, la deje sentada en el suelo apoyada sobre una columna, intentaba mascullando pedirme clemencia pero cada vez que lo hacia se la intensificaba el dolor causado por la herida de la cara. La hice ponerse en pie, ella estaba totalmente desconcertada no creo que supiera donde se encontraba, la acerque a lo que sería la puerta del umbral de su muerte, a dos pasos del borde de la octava planta, era solo cuestión de esperar sus primeros pasos. Durante ese instante, me pregunte porque no había saciado mi deseo macabro con ella y no la había asesinado yo personalmente, quizás fuese por su mirada o porque mis deseos de hacer mal se estaban deteriorando, no tenia respuestas a lo que me había ocurrido con la puta.
Algo raro estaba ocurriendo en mi mente, en mi interior no había necesidad de matar por matar, lo macabro dentro de mí había desaparecido, no sabía que me estaba ocurriendo…De pronto tuve la necesidad de parar lo que para mí era un placer, ver la muerte acechando a mis victimas siendo yo el artífice, el que disfrutaba como escuchaba sus últimos latidos de sus corazones de ellas, como sentían la llamada de la muerte a sus cuerpos a veces destrozados por mis manos.
De pronto un impulso salió de mis adentros y me dirigí hacia mi víctima, con la idea de retirarla del borde de la planta del edificio. Al escuchar mis pasos y sin dar tiempo a que yo la avisara, echo los dos pasos hacia adelante y se precipito hacia el vacio sin yo poder hacer nada. No sentí el más mínimo placer, por primera vez en mi vida sentí pena por la vida de un semejante. No era yo, por mas ira que quería encontrar en mi, solo encontraba vacío. Sin vacilar un momento más baje a la calle, esperaba que mis impulsos macabros y de asesino volvieran a mí al ver su cadáver…
Capítulo final
Baje y vi su cuerpo dentro del perímetro vallado del edificio, estaba tendido y sangrando por la boca, la sangre que manaba de su boca no era de la herida creada por mí, me acerque y vi como de su pecho surgían ciertos impulsos de vida, titubee el quitarla la venda de los ojos, me entro una sensación que nunca había sentido, era entre curiosidad y quizás algo de miedo por ver su mirada. No era yo… ¿Dónde estaba mi crueldad, mi pasión por ver morir sufriendo a mis victimas? ¿Qué me había o me estaba ocurriendo?
La quite la venda… Sus ojos estaban cerrados, le puse mi dedo corazón en el cuello y pude sentir el bombeo de su corazón a través de su vena, mis pulsaciones se agitaron como intentando por medio del contacto darla vida, no podía ser. Para mis adentros intentaba llamar a mi otro yo, el que disfrutaba viendo brotar la sangre de mis victimas, el que llegaba al éxtasis al ver el sufrimiento de sus semejantes, ese demonio o lo que fuera parecía haber desaparecido de mis entrañas.
De pronto… Escuche un balbuceo salir de ella, sus ojos empezaron abrirse lentamente, mi mente como mi cuerpo quedaron paralizados. Esos ojos no eran los que me desafiaban hacia unas horas, eran unos ojos que no manaban dolor ninguno, no pedían perdón ni clemencia.
Extendió con signos de dolor su brazo hacia mí para retirarme mi mano de su cuello, cogió mi mano con fuerza para que acercase mi cara a la suya y susurrándome al oído me dijo…
-No necesito tu compasión…, estoy luchando por la vida como tú has luchado junto a la muerte por quitar vidas, tu acabas de ganar tu batalla contra la maldad que llevabas dentro, solo te pido que me ayudes a ganar mi batalla contra la que ha sido tu fiel compañera durante toda tu vida.
Esas palabras hicieron que de mis ojos manaran lo que antes brotes ensangrentados de ira, se encharcaran de unas lágrimas de pena que ellos nunca habían se habían complacido en tenerlas.
Sin pensarlo cogí en mis brazos su cuerpo casi moribundo y la lleve a un hospital, yo desaparecí nada más dejarla en urgencias. Pase varios meses después de lo acontecido en retiro en un monasterio recluido por mi propia voluntad intentando encontrar respuestas a lo acontecido en mi maldita vida. Sin encontrar respuestas después de pasado el tiempo volví al lugar donde nos conocimos, allí estaba ella en su esquina. Me dirigí a su encuentro…
-Buenas noches ¿Te puedo invitar a dar un paseo? La pregunte…
Ella nada mas verme me reconoció.
-¡Cómo no! pensaba que nunca vendrías a ver a tu víctima, veo por tus ojos, que también ganaste tu batalla final.
Desde aquella noche comenzamos los dos un paseo por la vida, escogiendo un camino que nos unió y por el cual seguimos juntos.
¿De nuestras vidas? Quién sabe si algún día escribiremos juntos, nuestras vivencias de ese nuestro paseo.
Rafael Huertas
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