¿Quién no ha intentado alguna vez, acostarse y soñar con algo intencionadamente?
Yo si..., y por suerte hay noches que lo he conseguido.
Uno de ellos fue una noche de invierno. Mi intención, era soñar como me gustaría que fuera un cuento escrito para cuando yo fuera mayor, digo mayor con una edad avanzada. Porque cuando escuchamos la palabra cuento escrito, a todos se nos viene a la cabeza lecturas para niños.
Se me venían imágenes en el sueño de un mundo de fantasía, por mas que buscaba en mi subconsciente no me venían otras imágenes.
¿Quizas fuese porque la fantasía nada más nacer, se nos pega en un rincón de nuestras mentes?
En el sueño me veía con una edad ya avanzada, no con muchas arrugas para esa edad, físicamente bien y quizas lo más importante con la mente totalmente cuerda y con el humor que siempre me ha caracterizado.
Después de deambular por muchos cuentos, me encontré en uno cayéndome en un agujero oscuro y profundo que parecía que no tenía fin.
¡Cuando de pronto! Me encontré subido en un caballo blanco con manchas negras, galopando por una extensa llanura toda árida, no sabia donde me podría encontrar, la verdad que solo por el simple hecho de ir montado en un caballo sin montura, sintiendo su cuerpo y saborear el aire que nos daba en la cara, el sueño no podía empezar de mejor manera.
Después de galopar no se cuanto tiempo el caballo me llevo hacia un rió, lo cruzamos y nos adentramos por una pradera verde, llegamos a una zona algo rocosa, a la lejanía vi como subía hacia el cielo una nube de humo blanco, hice al caballo detenerse ya que la zona era algo escabrosa, ya andando con el caballo a mi lado, como si yo fuera su dueño amigo, nos dirigimos hacia donde salía la nube de humo, subimos a una cima
desde donde se veía el lugar de donde salía el humo. En lo que me fije fue..., que desde que cruzamos el río, no dejaba de sobrevolarnos una gran águila.
¡Era un poblado indio!
Algo me fallaba en la intención de mi sueño, porque nunca había soñado que pudiera ser protagonista en un cuento indio, aunque siempre me encantaron sus leyendas, costumbres espirituales, sus nombres, su nobleza, su trato hacia los animales y la naturaleza.
Sin desconcéntrame de la larga noche que me esperaba de aventuras. Me volví adentrar en mi sueño
Nos dirigimos hacia el poblado, Artax (Símbolo de la amistad, prudencia y honor) nombre con el que bautice a mi acompañante y amigo el caballo.
Había una veintena de tipis,
todas colocadas formando un círculo muy abierto, en el centro una hoguera con
grandes troncos secos quemándose, de la cual subía el humo que vi.
Artax y yo nos acercamos, por la que parecía la entrada al poblado..., al vernos salieron a recibirnos los niños de la tribu, la verdad es que estaban mas asombrados por la belleza de Artax que por mi presencia. Ya dentro del poblado empezaron a rodearnos las mujeres y hombres de la tribu. La verdad..., estaba asombrado al oír todos sus comentarios, hablaban en su idioma y yo les entendía.
Los hombres tenían unas facciones duras, las mujeres con la piel tostada por los rayos del sol, todas con una belleza natural al igual que el entorno, casi todas con unas largas trenzas colgando de ellas unas plumas, la mayoría con una cinta rodeando su frente, sus cabellos largos de color negro azabache.
El poblado estaba al cobijo de unas montañas rocosas y una extensa pradera bañada por un río de aguas cristalinas, en las afueras tenía varios cercados, unos con algunas vacas, cabras y en otro, unos cincuenta caballos y yeguas, al cual se acerco Artax.
Entre la algarabía que se había montado con mi llegada, se abrió paso el gran jefe, me saludo levantando su brazo derecho con la palma de la mano abierta.
-Yo soy el gran jefe Takoda (amigo de todos)
-¿De dónde vienes hermano? Me pregunto... Yo me quede unos segundos sin saber que contestar...
-Vengo de la pradera árida. Conteste...
Me invito a quedarme en el poblado el tiempo que quisiera, pensé que sería una experiencia inolvidable y acepte la invitación.
Escuché los relinchos de Artax, me acerque a ver que le podía pasar y vi como poniéndose de manos, relinchaba con la mirada hacia el cielo, era por la águila que nos acompaño durante el viaje, me acerque a él para acariciarle y que se calmara.
Vi como había algo de revuelo entre los habitantes del poblado, estaban todos fuera de las tipis pintándose las caras, me temí lo peor. ¿Seria pintura de guerra?
Llego la noche..., era una noche estrellada, la hoguera ardía con un gran fuego las chispas encendidas se perdían a la vista entre las estrellas.
Todos estaban sentados alrededor de la hoguera, el gran jefe me invito a sentarme junto a el, el brujo del poblado me comento..., que al ser luna llena, era noche de leyendas.., ufff menos mal, que era para eso el pintarse sus caras.
Las únicas luces que alumbraban el poblado eran las del fuego y la de la luna, esta última, esperando a escuchar alguna leyenda. Pero un momento..., sobre el gran risco la silueta de la gran águila, alumbrada por la luz de la luna.
Entre el graznar nocturno del algún búho, los aullidos de los lobos y el resplandor que dejaba alguna estrella fugaz, creo que iba a ser una noche mágica, entre esta gente tan amable y unida a la naturaleza, de grandes corazones.
El Gran jefe Takoda dio el permiso al brujo de la tribu Wahkan (sagrado) para que empezara a narrar la leyenda.
Artax y yo nos acercamos, por la que parecía la entrada al poblado..., al vernos salieron a recibirnos los niños de la tribu, la verdad es que estaban mas asombrados por la belleza de Artax que por mi presencia. Ya dentro del poblado empezaron a rodearnos las mujeres y hombres de la tribu. La verdad..., estaba asombrado al oír todos sus comentarios, hablaban en su idioma y yo les entendía.
Los hombres tenían unas facciones duras, las mujeres con la piel tostada por los rayos del sol, todas con una belleza natural al igual que el entorno, casi todas con unas largas trenzas colgando de ellas unas plumas, la mayoría con una cinta rodeando su frente, sus cabellos largos de color negro azabache.
El poblado estaba al cobijo de unas montañas rocosas y una extensa pradera bañada por un río de aguas cristalinas, en las afueras tenía varios cercados, unos con algunas vacas, cabras y en otro, unos cincuenta caballos y yeguas, al cual se acerco Artax.
Entre la algarabía que se había montado con mi llegada, se abrió paso el gran jefe, me saludo levantando su brazo derecho con la palma de la mano abierta.
-Yo soy el gran jefe Takoda (amigo de todos)
-¿De dónde vienes hermano? Me pregunto... Yo me quede unos segundos sin saber que contestar...
-Vengo de la pradera árida. Conteste...
Me invito a quedarme en el poblado el tiempo que quisiera, pensé que sería una experiencia inolvidable y acepte la invitación.
Escuché los relinchos de Artax, me acerque a ver que le podía pasar y vi como poniéndose de manos, relinchaba con la mirada hacia el cielo, era por la águila que nos acompaño durante el viaje, me acerque a él para acariciarle y que se calmara.
Vi como había algo de revuelo entre los habitantes del poblado, estaban todos fuera de las tipis pintándose las caras, me temí lo peor. ¿Seria pintura de guerra?
Llego la noche..., era una noche estrellada, la hoguera ardía con un gran fuego las chispas encendidas se perdían a la vista entre las estrellas.
Todos estaban sentados alrededor de la hoguera, el gran jefe me invito a sentarme junto a el, el brujo del poblado me comento..., que al ser luna llena, era noche de leyendas.., ufff menos mal, que era para eso el pintarse sus caras.
Las únicas luces que alumbraban el poblado eran las del fuego y la de la luna, esta última, esperando a escuchar alguna leyenda. Pero un momento..., sobre el gran risco la silueta de la gran águila, alumbrada por la luz de la luna.
Entre el graznar nocturno del algún búho, los aullidos de los lobos y el resplandor que dejaba alguna estrella fugaz, creo que iba a ser una noche mágica, entre esta gente tan amable y unida a la naturaleza, de grandes corazones.
El Gran jefe Takoda dio el permiso al brujo de la tribu Wahkan (sagrado) para que empezara a narrar la leyenda.
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